A mediados de los años 80, Pedro Maleno Muñoz (1909) y Carmen Amador Castellanos (1908) estaban en una residencia religiosa de Manzanares y su porte era, aunque cascado por los achaques, de gran dignidad y entereza. Al abuelo Pedro le sobraban ganas de leer, de escribir y percha para el buen vestir pero sus fuerzas se debilitaron por su bastón. Y no me refiero a las garrotas que tanto lo caracterizan en mis recuerdos infantiles sino a su amada Carmen que a finales de la década falleció, llevándose a los pocos años también a Pedro.
En esta imagen sólo puedo ver la necesidad conocernos más, la fragilidad de la vida y la grandeza de amar a quien te ama para dar sentido a estas horas que pululamos por encima de la tierra. El problema es que de esto sólo nos damos cuenta cuando uno ha perdido a abuelos, a padres, a hermanos, a cualquier otro miembro de la familia o a los buenos amigos...