lunes, 13 de octubre de 2008

Tempus fugit

Es inexorable que en la memoria de los que somos jóvenes, los más jóvenes de nuestras familias, queden los justos recuerdos de nuestros antepasados. De un lado, la naturaleza nos dota de recuerdos cuando ya han transcurrido varios años de nuestra infancia y, por otro, nuestra juventud y "rebeldía" hace no valorar la importancia de estar rodeados de una familia. Pero, aun sabiendo que es imposible haber tenido recuerdos más tempranos de mis abuelos maternos, me arrepiento de no haber podido haber hablado más con ellos, de haberlos visitado con más frecuencia y de haberles preguntado cosas que por aquel entonces ni tan siquiera se me pasaban por la cabeza.


A mediados de los años 80, Pedro Maleno Muñoz (1909) y Carmen Amador Castellanos (1908) estaban en una residencia religiosa de Manzanares y su porte era, aunque cascado por los achaques, de gran dignidad y entereza. Al abuelo Pedro le sobraban ganas de leer, de escribir y percha para el buen vestir pero sus fuerzas se debilitaron por su bastón. Y no me refiero a las garrotas que tanto lo caracterizan en mis recuerdos infantiles sino a su amada Carmen que a finales de la década falleció, llevándose a los pocos años también a Pedro.



En esta imagen sólo puedo ver la necesidad conocernos más, la fragilidad de la vida y la grandeza de amar a quien te ama para dar sentido a estas horas que pululamos por encima de la tierra. El problema es que de esto sólo nos damos cuenta cuando uno ha perdido a abuelos, a padres, a hermanos, a cualquier otro miembro de la familia o a los buenos amigos...